Autor : Favio A Lucero
0igo voces adentro del
ropero.
_“¿vos no serás igual que
ellos?”
Me preguntó mi papá como una
condena, después que me vio intercambiar dos palabras y un saludo con Mario en
la plaza.
Ahora estoy acá adentro del
ropero, en el altillo de casa. Nadie lo sabe, me buscan por todos lados. Pero
yo se muy bien, que no me van a encontrar. Este es un lugar oscuro, sin
oxígeno, absurdo. Explorarlo exige mucha valentía y todos le temen a la
intimidad y a las alturas. Por fuera no llama la atención. Aunque de este lado,
es todo profundo y desconocido. Se puede escuchar agudizando el oído, los
acordes de un piano y el canto ausente y distante de las palomas.
Desde abajo puedo ver las
camisas colgadas, los trajes, sobretodos, polleras, vestidos. A veces me aburro un poco, pero encontré el modo de
entretenerme, contando los cuadros de las telas, los estampados, e imaginando
modelitos, o diseños nuevos. Y Metiendo
personas entre la ropa. También hay frazadas, almohadas y zapatos con olor a
naftalina.
Desde que me di cuenta, llevo
meses, años, encerrado entre estas paredes de madera. Años escondiendo mi
secreto. Enmudeciendo los sentimientos y esperando como la tierra en sequía.
La llave la tengo yo. Nadie
podrá abrir y sorprenderme. Yo decido cuándo salir. Afuera no soy yo, me siento
demasiado vulnerable.
Acá recito y escribo poemas
como mensajes de auxilio, que envío al exterior.
“hecho para amar, dignidad humana
Derecho a amar, pero despojado”
Otras veces, canto canciones inventadas para preguntarme porqué.
Me pregunto ¿porqué estoy acá? ¿A quién obedecer?
Quisiera engendrarme yo mismo
de nuevo.
Voy repitiendo la letra, para
que surja la melodía con sonidos suaves, cuando estoy triste, o alegres cuando
estoy contento. Hasta me traigo la comida y algo para beber. Vivo como
anacoreta en su ermita.
De noche o de día, nublado o
con sol, el ropero es mi caja salvadora, como el arca de Noe. Por eso estoy tan
aferrado navegando mar adentro, cual balsa al país de la libertad.
Es así que decidí
escribir esta carta desde mi exilio, arrancando una hoja de mi diario íntimo,
para contarte de aquellos años, los iniciales.
Cuando me descubrí sintiendo y mirando las cosas desde otro lado.
“sin acercarse, sin mirar
Ni amigo, ni cómplice
Hay que renunciar”
Me tenía que callar en
el colegio y en todos lados, porque en el fondo sabía, intuía, que no debía
hablar, ni decir lo que pensaba.
En los recreos me
encerraba en el baño. De pie, con las piernas abiertas sobre el hueco
nauseabundo de los retretes, para que nadie me encontrara y no me invitaran a
jugar al fútbol. Era una tortura la pelota. Y los recreos interminables.
Conocía de memoria los rincones y las baldosas del patio cubierto de la
escuela.
Tampoco me dejaban
mirarme al espejo del comedor, porque siempre que nos sentábamos a la mesa,
cuando hablaba, me miraba mucho y hacía gestos muy sueltos. “no te mires al
espejo” resonaba como advertencia.
Expresarme con palabras
poco comunes, también estaba prohibido para mi.
La maestra, mandaba a
llamar a mi mamá, porque no me integraba con todos sólo con unos pocos.
En la adolescencia me
encerraba en el baño, para no ir a las fiestas. No quería demostrar nada. La
pasaba muy mal, simulando una postura. Me sentía observado por todos, demasiado
expuesto. Rechazaba absolutamente todas las invitaciones a salir con mis
amigos.
Un par de veces, dando
rienda suelta a mi expresividad artística e histriónica, me disfracé .Ahí la
represión fue contundente y vino acompañada de mandatos muy claros y definitivos.
Nunca más lo intenté.
“No pasar la barrera
Negarse a sentir
Porqué, Porqué”
Tenía que crecer y no
podía. Tenía que ser y no podía.
Un camino con muchas
señales, se me presentó entonces. Como un peregrino, emprendí un viaje muy
largo, al País más lejano. El centro de
mi esencia. Que con muchas razones fui
andando de a poco. De a poco me sentí seguro y contenido. Me ahorré un largo
tiempo de inventar otras razones. Porque los argumentos sobraban, todo me cerraba, porque
a todos les cerraba y nadie reclamaba ni pedía más explicaciones.
Con el auto flagelo de un forzado angelismo,
que censura y juzga sin conocer el corazón. Negando lo evidente. Con mucho miedo a lo natural, a lo espontáneo.
Curiosamente coincidente con las indicaciones familiares inculcadas. Por todo
eso, a Mario no lo saludé más. El quedó signado hasta hoy por la condena de
todo el pueblo. Y yo, libre de toda sospecha, libre de culpa y cargo, aunque no
fuera feliz.
“Quién me dará la respuesta
Quién intentará explicarlo
No se puede, no se puede
Es injusto y lo injusto
No tiene sentido”
En un momento, el camino elegido me llevó más lejos y lejos de alejarme, me acercó no al
pueblo, ni la familia, sino a mí mismo.
Tomé distancia a la
distancia. Tomé otro rumbo, un atajo, un desvío. Perdí toda seguridad y amparo.
El mar me devolvió a las costas de mi verdad.
Verdad incómoda,
inquieta, oculta, verdad nueva, auténtica, sin maquillaje, ni disfraz.
“no debía ser
La misma capacidad de amor
Siento y deseo igual”
Mi verdad es un sendero
estrecho, testigo de mis largos silencios, de desengaños, de sufrir anónimo y
solitario. Un paisaje agreste, desierto, que sabe de las luchas, de los sueños.
Sendero de destierro con dolor. Hoy largamente recorrido y desandado.
Te extrañará el tono de
mi relato, pero debo aclararte querido amigo, que esta es mi última carta. Ya
no recibirás estas líneas, ni mucho
menos te contaré de mi pasado.
A lo mejor, probablemente, te envíe poemas y
canciones nuevas, que hablan de lo hermoso que es estar afuera y sentirme como
me siento, más vivo que nunca.
Ya no sueño utopías azules
ni universales. Vivo la realidad de los momentos y las horas. Mis noches tienen
la esperanza y el olor, de las mañanas frescas de verano.
La búsqueda y la lucha
terminaron cuando decidí, dejar esta vida adentro del ropero.
Al salir, el sol me
iluminó la cara y los ojos para ver lo esencial. Me dejé empapar por la lluvia.
Entonces, me encontré con el amor, que le dio sentido a todo.
Hoy, soy lo que soy.
P/D: En casa, todavía
no saben nada.
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