Sí, tenemos que reconocer que “nuestra iglesia” no nos sirve en nuestra labor como padres…. Y no porque allí no se predique el mensaje de Jesucristo que queremos transmitir a nuestras dos hijas, o porque no haya un firme compromiso por los valores del evangelio que creemos indispensables para su educación. No, no es por eso. Nunca antes habíamos conocido una comunidad como “la nuestra” donde se insta a mujeres y hombres a comprometerse como cristianos en la realidad que les envuelve, a ser personas y cristianos adultos que se atreven a pensar por sí mismos, y a convivir fraternalmente con quienes piensan diferente.
¡Que maravilla haber formado parte de una comunidad como esa! Y que gran dolor tener que abandonarla. De todas formas, no tenemos la sensación de dejarla completamente, una cosa son las decisiones que debemos tomar por nuestro bien y el de nuestra familia, y otra la profunda amistad que nos une con tantas y tantas personas con las que hemos compartido cosas reales y verdaderas durante mucho tiempo. Sabemos bien que si hace ahora más de once años no hubiésemos entrado en esa iglesia, nuestra fe se hubiese ahogado en el desolador mar de conservadurismo y fundamentalismo que recorre el panorama evangélico español. Por eso, las críticas que en ocasiones he vertido hacia ella no deben leerse nunca desde el rencor, sino desde el amor y agradecimiento que siento por ella.
No es una iglesia perfecta, como cualquier otra comunidad que pretende seguir a Jesús tiene sus contradicciones e imperfecciones. No pedimos lo que no puede ser, sabemos que también nosotros debemos aceptarla tal y como es, y así lo hemos hecho todos estos años. Sin embargo, hemos encontrado un escollo imposible de superar, su posicionamiento ante las personas, parejas y familias lgtb que, por muy avanzado que sea frente a otras iglesias, es inasumible para cualquier persona lgtb que respete la dignidad que Dios le ha dado, y se tome en serio su proyecto familiar. Es imposible para una familia cristiana formada por dos hombres que quieren proteger a sus hijas de los mensajes homófonos que las envuelven, transmitirle el amor de Dios por todo ser humano, dentro de una comunidad que no reconoce su realidad familiar. El armario es muy doloroso, aunque esté dentro de una iglesia… y como cualquier padre o madre entenderá, meter a sus hijas en él, sabiendo lo que esto significa, parece más bien un pecado inaceptable.
Así que aquí estamos, a la intemperie, como María y José ante la puerta del Mesón que se acaba de cerrar, y sin saber todavía donde pasar la noche. Buscando una comunidad en la que a nadie se le obligue a pensar lo que no piensa, y en la que todos y todas podamos vivir el evangelio desde nuestra realidad personal y familiar, también nuestras hijas. Una comunidad imperfecta como la que era “nuestra”, donde ser mujer sea un regalo y no una imposición. Donde cada una de nuestras hijas pueda llegar a ser la mujer que quiera ser, y amar a quien realmente quiera. Una comunidad donde tener dos padres, dos madres, uno de cada, o cualquier otra realidad familiar, sólo les diga que existe gente que las quiere y se preocupa por ellas. Una comunidad cristiana real, no buscamos nada más.
Sólo buscamos eso, una comunidad basada en los principios del evangelio, no en costumbres y prejuicios. Una comunidad de amor para todas y todos, no sólo para la mayoría. Una comunidad como la que hasta ahora era “la nuestra”, pero que lleve la vocación a la que se sabe llamada, hasta las últimas consecuencias.
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