domingo, 25 de septiembre de 2011

Testimonio de ex-testigo de Jehová.


A LA COMUNIDAD CRISTIANA GLBT
Queridos compañeros de causa:
Les envío mi saludo de amor y de paz. Me presento ante ustedes como una persona solidaria con nuestra diversidad y con el pensamiento del Evangelio. Por ahora me haré llamar “Bill”, venezolano de nacimiento y de origen europeo.
Cuando apenas contaba con nueve años de edad, ingresé junto a mi madre a la organización religiosa conocida como “Los Testigos de Jehová.” Al llegar a la adolescencia, un miembro prominente de la Sociedad Watchtower de Nueva York, y quien más tarde llegaría a ser presidente de la misma, me animó para dedicarme a tiempo completo como predicador de casa en casa, o como ellos lo llaman, “precursor.”
Los cálculos proféticos de los TJ indicaban que el fin del sistema mundial de cosas estaba por llegar de un momento a otro. Así que abandoné mis estudios de educación secundaria y emprendí el servicio de “precursor regular.” Con el paso del tiempo hice rápido progreso en la organización y siendo bastante joven, fui ocupando nuevas posiciones o “privilegios”, como ser “anciano”, “precursor especial” o misionero local y “superintendente itinerante.” Por muchos años mantuve una hoja de servicio impecable en la organización Watchtower.
A mediados de la década de los 80, mientras desempeñaba mis tareas con entusiasmo y dedicación, hice unos interesantes descubrimientos. Yo acostumbraba estudiar los escritos bíblicos con detenimiento y objetividad, y orando cada vez que surgía alguna duda. De esta manera, pude detectar varias inconsistencias entre el mensaje puro del Evangelio y las enseñanzas de los TJ. Sin embargo, confiando en que la organización iría aclarando las cosas con el pasar del tiempo, no compartí estas apreciaciones con ningún otro Testigo. Sin embargo, en la medida en que mis estudios avanzaban y se profundizaban, mi relación personal con mi Creador y con su Hijo Jesucristo se iba estrechando cada vez más.
Mis inquietudes espirituales no se limitaban a tan solo el aspecto doctrinal. Mis experiencias como “anciano” en el manejo de los asuntos confidenciales de mis hermanos en la fe, así como los míos propios, me hicieron explorar el terreno de la sexualidad humana. La presencia de la diversidad sexual, su incomprensión y la posición tenazmente condenatoria de parte de la mayoría de los grupos cristianos, no encajaba con el modelo de tolerancia ejercido por Jesús e imitado por sus seguidores genuinos. Avanzados estudios académicos y teológicos arrojaban una nueva luz sobre estos temas. Así pude reconocer algo que ya intuía, y es que mi sexualidad no era producto de una elección voluntaria, por lo cual no podía ser juzgada moralmente. Tampoco fue inducida por factores exógenos o ambientales, ni por algún “accidente” genético. Somos sencillamente un ejemplo más de la gran diversidad que se manifiesta por toda la creación. –Vea Mateo 19:12; Romanos 11:33 y I Corintios 7:7.
No obstante la discreción con la cual sometía a prueba las doctrinas y procedimientos de la Watchtower, la oficina representante de la organización en el país, la cual siempre me tuvo en alta estima y confianza, tuvo al fin conocimiento de mis investigaciones, puesto que los Testigos se vigilan los unos a los otros y reportan las “irregularidades” a los líderes. Un chico, hermano de una persona de mi confianza, me delató. Esto condujo a una serie de averiguaciones e interrogatorios hasta lograr que yo fuese enjuiciado por un tribunal interno o “comité judicial”, especialmente designado para mi caso. Fui interrogado y amonestado por espacio de cuatro horas. Concluida la audiencia, se me dio una semana de plazo para recapacitar y arrepentirme. Sin embargo, yo estaba decidido a romper con la secta. Les envié una carta de renuncia en términos breves y respetuosos. Ésta fue rechazada y el dictamen fue que debía ser expulsado por “apostasía”, es decir, por haber visitado otras iglesias y haberme comunicado con miembros disidentes de la central mundial de la Watchtower en Nueva York.
Aparte de solo una ocasión anterior en la que los hermanos Testigos salieron en mi defensa ante rumores de que yo era gay, mi orientación sexual no fue tema en esta audiencia. Sin embargo, supe de buena fuente que algunos miembros prominentes de la familia de trabajadores y directores de la central mundial (Betel) de Brooklyn, N.Y., estuvieron implicados en actividades de tipo homosexual y debieron ser despedidos y expulsados. En mis visitas como superintendente de circuito para diferentes congregaciones, tuve conocimiento de otros compañeros nuestros que guardaban sus pequeños secretos.
Mi expulsión generó mucha inquietud en la comunidad de Testigos de Jehová por todo el país, mientras los chismes elaboraban las más ridículas y absurdas especulaciones. Esto se tolera con el objetivo deliberado de destruir la reputación del agraviado e impedir que algún Testigo pueda conocer la otra versión de los hechos. Los miembros leales están obligados a cortar todo trato social y espiritual con un expulsado, incluyendo a los parientes cercanos que sean miembros del grupo. Mi madre, con una larga trayectoria de leal servicio a la WT, estaba devastada por la vergüenza y el oprobio que en ella recaía por mi “pecado”. Yo esperaba recibir apoyo de mi padre que no era TJ, pero al año de mi defección, enfermó de un mal incurable y fallece antes de poder expresar su última voluntad en un testamento. El secreto acerca de sus bienes de fortuna se lo llevó a la tumba, quedando mi madre y yo casi totalmente desamparados. Hasta ese momento, y gracias a los negocios rentables de mi padre, llevábamos un estilo de vida privilegiado. Mi madre, habituada a las cosas buenas de la vida, se desesperaba. Yo nunca había recibido entrenamiento para un oficio formal, ya que el fin del sistema de cosas “estaba a la vuelta de la esquina”, como enseñan los TJ. El dilema era, ¿cómo podría yo ahora mantener el alto nivel de vida al que estábamos siempre acostumbrados?
Luego de haber reunido algunos recursos por la venta de joyas y obras de arte, mi madre insistió en cambiarnos de domicilio hacia otra localidad distante donde no fuésemos inmediatamente reconocidos por los TJ, aunque mi mamá continuaría frecuentando todas las reuniones en el “Salón del Reino” y participando en las actividades programadas por la organización. Según los TJ, la salvación nunca está garantizada. Sin embargo, trabajando duro en las actividades de la WT, hay “alguna posibilidad” de escapar del fin que se aproxima.
Por razones de conciencia y de ceder ante la tenaz voluntad de mi madre, acepté quedarme con ella para no dejarla desamparada, ya que no contábamos con familiares en este país en procura de auxilio. Ella, a su vez, abrigaba la esperanza de que con el tiempo yo recobrara el juicio y regresaría arrepentido de nuevo al rebaño. Pero mi falta de experiencia en el mundo para ganarme el sustento fuera de la Watchtower, además de las insistentes presiones de mi madre, hicieron de mi vida una pesadilla. Muchas veces debía llevar a mi madre en mi coche a sus compromisos con la congregación y esperar hasta la hora de regresar a casa, lo cual aprovechaba para romper en llanto, suplicando al Señor que me liberara de tanta miseria.
En medio de toda esta tragedia, yo no me desesperaba ni perdía la paz mental. Seguía el consejo cristiano de orar y confiar en que Dios no me dejaría sin su apoyo. Al fin, con la experiencia y el adiestramiento que había recibido en la WT, pude conseguir un trabajo en una conocida emisora de radio como locutor y representante publicitario. Al principio, los ingresos eran modestos, pero alcanzaban para cubrir los gastos básicos y ayudar a mi madre. Ella fallecería años más tarde de un cáncer uterino. Aun conservo el mismo trabajo, pero el ambiente que prevalece en esta localidad donde vivo, zona privilegiada y próxima a la playa, no facilita mi recuperación espiritual y emocional. Las iglesias cristianas locales son, en su mayoría, legalistas o fundamentalistas. Están infiltradas por la intolerancia y la homofobia hacia las minorías sexuales, ya que aquí en la región predomina la cultura machista. Siempre estoy solo, pues no hallo con quien compartir, a no ser por Internet.
Mi estrecha relación personal con Dios, así como los períodos diarios de estudio y reflexión, han permitido que Su espíritu me fortalezca en medio de situaciones muy difíciles. En el 2005 caí inesperadamente enfermo presentando un agudo malestar abdominal. Siempre me conservaba en buen estado físico, sin embargo, los estudios médicos revelaron que tenía tumores malignos alojados en el colon. Semanas sin ingerir alimento por inapetencia me hicieron perder mucho peso. Estaba muy débil para ser intervenido. Mi peso descendió de 74 kilos a tan solo 35. No me daban muchas esperanzas y tampoco contaba con algún pariente que cuidara de mí. Hubo quienes ayudaron con donaciones, mientras otros venían a hacerme compañía en el hospital. Los alimentos me eran suministrados por vía intravenosa. Permanecí entubado de la cabeza a los pies. La incomodidad y los dolores me impidieron dormir tranquilo por semanas. Al fin me operaron y hubo que remover casi todo el intestino grueso.
El proceso de recuperación fue lento y penoso, pero yo conservaba la paz y la confianza en mi Señor. No me extiendo mucho en detalles sobre esta infortunada experiencia, pero puedo decir que ya estoy totalmente recuperado, gracias a Dios.
Mi rutina de trabajo ha cambiado. Casi todas mis actividades de la radio y otras que cumplo como traductor bilingüe, las llevo a cabo desde mi estudio con el ordenador. Mis únicos amigos han sido mis contactos cibernéticos. Sin embargo, como explicaba en un foro cristiano en el que participo, vivo solo, trabajo solo, como solo y duermo solo. Extraño el compañerismo cálido y tierno al que todo ser humano normal aspira. (Eclesiastés 4:9-12) Pero siempre conservo mi buen humor y mi carácter afable y conciliatorio. Jamás he tenido una disputa acalorada con alguien. Creo en el diálogo, el perdón, la compasión y la misericordia como factores esenciales en toda relación humana. El amor y la humildad contribuyen a dirimir las diferencias, siempre haciendo empeño en aprovechar cada oportunidad para hacer el bien, sin prejuzgar ni excluir. El Evangelio, que es lo único que Cristo nos envió a proclamar (Mat. 28:19, 20), no dice una sola palabra en contra del amor genuino entre personas del mismo sexo, como está plenamente demostrado. Aunque no he tenido aun el privilegio de haber entablado una relación sentimental permanente y comprometida, sin embargo ahora disfruto, como nunca antes, de una gran paz interior como seguidor de nuestro único Señor y Salvador, Jesucristo. En su gran amor y misericordia siempre respondió a mis ruegos y me concedió la libertad que las sectas prometen pero que no entregan. (Juan 8:31, 32) Es mi deseo poder conocer por esta vía a otras personas que se identifiquen conmigo compartiendo estos mismos valores. Bienvenidos todos aquellos miembros de la familia cristiana GLBT que tengan algo positivo que aportar dentro de nuestras atípicas circunstancias y por haberme concedido un espacio en vuestros corazones.
No quiero cerrar sin antes incluir aquí las palabras de nuestro Señor Jesucristo al resumir la única ley vigente para los creyentes, la ley del amor reflejada en el Evangelio, cuando dice, “Así pues, haced vosotros con los demás como queréis que los demás hagan con vosotros; porque esto es lo que mandan la ley y los escritos de los profetas.”
Que la paz y el amor de Dios esté con todos.
“Bill”

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