viernes, 28 de junio de 2013

Las campanas de la Catedral Nacional de Washington tañeron para celebrar la sentencia a favor del matrimonio igualitario


Las campanas de la Catedral Nacional de Washington, uno de los templos más importantes de los Estados Unidos, tañeron ayer a mediodía durante casi una hora para celebrar la histórica sentencia del Tribunal Supremo que declaró inconstitucional la sección 3 de la DOMA (Defense of Marriage Act), la norma que prohibía a la administración federal estadounidense reconocer los matrimonios entre personas del mismo sexo.

Las campanas de la Catedral Nacional de Washington, uno de los templos más importantes de los Estados Unidos, tañeron ayer a mediodía durante casi una hora para celebrar la histórica sentencia del Tribunal Supremo que declaró inconstitucional la sección 3 de la DOMA (Defense of Marriage Act), la norma que prohibía a la administración federal estadounidense reconocer los matrimonios entre personas del mismo sexo.

Es solo una de las innumerables muestras de alegría que se produjeron ayer en Estados Unidos tras conocerse una sentencia que hará la vida más fácil a millones de personas LGTB (no fue el único templo religioso en hacer tañer sus campanas, de hecho). Pero es especialmente significativa. Conocida como la “casa nacional de oración”, la Catedral Nacional de Washington -imponente templo neogótico vinculado a la iglesia episcopaliana- es un símbolo religioso de primer orden. En ella se han celebrado por ejemplo los funerales de estado de varios presidentes norteramericanos, como Dwight Eisenhower, Ronald Reagan o Gerald Ford.
La iglesia episcopaliana, rama estadounidense de la comunión anglicana, es una de las más inclusivas de entre las grandes confesiones religiosas. ya en 2003 hacía historia ordenando obispo a Gene Robinson, abiertamente gay. Y en 2009 rompía con la moratoria autoimpuesta varios años antes y decidía volver a ordenar obispos y obispas abiertamente homosexuales, así como bendecir a las parejas del mismo sexo.  Más recientemente, en verano de 2012, aprobaba la ordenación de personas transexuales, así como la creación de un rito litúrgico de bendición de las parejas del mismo sexo (aunque los sacerdotes episcopalianos podían desde 2009 bendecir este tipo de uniones, no existía una liturgia definida y cada uno lo hacía a su modo).

El pasado enero, de hecho, el deán de la catedral anunciaba que el templo acogería ceremonias de matrimonio entre personas del mismo sexo. “Afirmamos de forma entusiasta que cada persona es un hijo amado de Dios, y ello significa incluir la plena participación de gays y lesbianas en la vida del hogar espiritual de la nación”, afirmaba entonces Gary Hall a través de otro emotivo comunicado. Conviene recordar que Washington D.C., la capital federal de Estados Unidos, aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo hace ya más de tres años.

La historia del Orgullo.


Puede que a algunos les suene la historia, puede que a otros no. Pero la ocasión merece que se recuerde el origen del movimiento que hoy conocemos como el Orgullo Gay, en el día de tan histórica fecha.

 Como dijo Pedro Zerolo en el documental ‘So Called Equals‘: ‘El ORGULLO es el exceso de autoestima que hay que tener a diario para aguantar la cantidad de memeces, estupideces y gilipolleces q se dicen sobre ti, que no te tiemblen las piernas y seguir caminando para adelante intentando cambiar las cosas’.


El Día Internacional del Orgullo Gay rememora la revuelta de Stonewall, el mítico bar en donde se puso fin a años de marginación y maltrato.

El 22 de junio de 1969 fallecía en Nueva York la actriz y cantante Juddy Garland. Pocos días después, en el barrio neoyorquino de Greenwich Vilage,  un grupo de travestis y homosexuales se reunían para recordarla. El lugar era el pub Stonewall, uno de los pocos bares de ambiente de la época. La fecha, el 28 de junio.

Aquella noche, un grupo de policías irrumpieron en el Stonewall, con la excusa de llevar a cabo un control de bebidas alcohólicas. Sin embargo, los agentes insultaron y agredieron a las personas allí reunidas y después los echaron a la calle. La historia cuenta que en el momento en que la policía irrumpió en el bar, sonaba el tema  “Over The Rainbow”, interpretado por Judy Garland, que para ese entonces ya era un himno gay.
A pesar de las agresiones de los agentes, quienes estaban en el pub se negaron a ser arrestados, lo que provocó una batalla campal con heridos en ambos bandos. Fue la primera vez que los agredidos no se sometieron y se enfrentaron a los policías que, al verse acorralados, solicitaron más refuerzos. En poco tiempo el lugar se llenó de patrullas de policía pero al tiempo la multitud que protestaba también se multiplicó, esta situación se mantuvo durante tres días.
El fin de la protesta tuvo el saldo de un muerto, varios heridos y detenidos. La comunidad aglutinada durante dos décadas en torno a las pequeñas organizaciones se sintió, de pronto, más fuerte y unida que nunca. En este caldo de cultivo surgiría una organización unida y de vocación nacional: unas semanas más tarde, a fines de julio de 1969, la ciudad de Nueva York veía nacer el Frente de Liberación Gay (GLF).

Al término de ese año, el GLF ya contaba con grupos en ciudades y universidades de todo el país. En poco tiempo surgieron organizaciones similares en Canadá, Francia, Reino Unido, Bélgica, Países Bajos, Argentina, Australia y Nueva Zelanda.

Con objeto de conmemorar el primer aniversario de la revuelta de Stonewall, el GLF organizó una manifestación pacífica desde Greenwich Village hasta el Central Park, con una concurrencia de entre 5.000 y 10.000 personas. Desde entonces y hasta hoy, la mayor parte de las festividades del Orgullo Gay se celebran alrededor de la efeméride definida como “la caída de una horquilla oída en todo el mundo”.
Qué fue del Stonewall

El bar Stonewall Inn cerró a fines de 1969. A lo largo de los siguientes veinte años, el local fue ocupado por varios establecimientos, incluyendo una tienda de bocadillos, un restaurante chino y una zapatería. Muchos visitantes y nuevos residentes del barrio desconocían en aquella época el carácter histórico del edificio y su conexión con los disturbios.
A principios de los noventa, el lugar fue renovado por primera vez y reabierto como un bar gay llamado simplemente Stonewall. Una segunda renovación a fines de esa década (incluyendo una nueva distribución en varias plantas) atrajo a una mayor clientela.

El club siguió siendo bastante popular, hasta que el equipo de gestión perdió sus derechos sobre el local en 2006. Nuevos propietarios volvieron a abrir con éxito el local a la clientela gay en febrero de 2007, bajo el nombre original: The Stonewall Inn.

domingo, 23 de junio de 2013

“¿Un lobby gay? Poder más que sexo”, por Xabier Pikaza


Se venía diciendo desde atrás (y sobre todo se dice desde ek 11.06) que hay un posible lobby gay que dirige ciertos hilos de la política del Vaticano (no de la Iglesia de Jesús, en su noble acepción ¡Dios me libre!). El problema, si es que tal lobby existe, no es el sexo (¡bendito sea!), sino un tipo de poder corrupto, que es el que debe desaparecer, salvando a las personas por amor, como hace Jesús con la prostituta de Lc 7, del domingo pasado).
Según la acepción más corriente, lobby (del inglés sala de espera) es «un colectivo con intereses comunes que realiza acciones dirigidas a influir ante la Administración a fin de obtener beneficios» sea para un grupo o sector de la sociedad. En principio, es bueno que haya lobbis (o lobbies), siempre que se sepa quiénes son sus participantes y qué quieren, dentro del diálogo de intereses, tendencias y grupos de toda sociedad (y en este caso del mismo Vaticano).Lo malo es cuando se hacen secretos, y apelan a medios “inconfesables”, buscando intereses turbios, de tipo económico o personal (y para tapar posible “pecados”), en una línea que podría vincularse con la mafia (para situarnos en línea italiana).
Posible lobby gay… Trece reflexiones
Algo sé de esos temas, pues he vivido seis años en el entorno de Roma, porque he estudiado, he leído y he conocido cientos de vidas de clérigos y de religiosos. Desde ese fondo, de un modo puramente indicativo, me atrevo a ofrecer algunas reflexiones que quieren ser bodadosas, por si ayudan a pensar a otras personas:
1. El celibato “consagrado al servicio del Reino” es un don en la Iglesia de Jesús. No es “el” don (en ese sentido sólo el amor es don de verdad, como sabe 1 Jn y 1 Cor 13, que no hablan de celibato), pero es “un” don importante, un signo carismático, allí donde es signo de encuentro con Dios, de comunión persona y de servicio comunitario.
2. El celibato es carisma y tarea (forma de maduración personal y de relación social) que puede cultivarse tanto entre hetero- como entre homo-sexuales. Como todo gran don implica un riesgo, y allí donde se impone (y se quiere mantener) por obligación puede volverse y a veces se vuelve peligroso (en línea de destrucción personal y de tapadera para ejercer un poder). Algunos piensan que el celibato es más riesgo para los homo-sexuales, por la misma situación en que se encuentran todavía en la Iglesia, pero no lo veo claro, dejo el tema así.
3. El celibato clerical y la “castidad comunitaria” (consagrada) y sido y sigue siendo un don inmenso dentro de la Iglesia, y por la per-versión de algunos no se puede acusar ni condenar a todos. He conocido y conozco, de forma directa a indirecta, ciertos de hombres y mujeres célibes de una inmensa talla humana, que realizan un gran servicio eclesial y social.
4. El gran riesgo católico del celibato está en que se ha vinculado no con un servicio gratuito de amor y de testimonio de vida (cosa que es buena, muy buena), sino con un tipo de “poder eclesial y social”. Allí donde el celibato se pone al servicio de un poder (un poder que sólo se mantiene guardando o fingiendo que se guarda) pierde su sentido y corre el riesgo de corromperse. Ya no vale en sí, por amor a los demás en libertad, sino como medio de poder, y eso es malo.
5. En esa línea, como diré mañana, soy partidario de un celibato opcional y revisable, de hombres y mujeres, de hétero- y de homo-sexuales, con los valores y riesgos que implica en cada caso, sin que se convierta nunca en una forma establecida de poder. Puede haber algunos casos testimoniales de “episcopado” (no éste actual, de la Iglesia de Roma) vinculados al celibato (como en las iglesias de oriente), pero ese es un tema abierto.
6. Puede (y a mi juicio debería) haber en la iglesia un celibato comunitario, de vida religiosa, como testimonio carismático, tanto en hombres como en mujeres. Pero un celibato “sin poder añadido”, como signo de libertad, de desprendimiento (¡pobreza!), de apertura al amor… sin demasiadas normas canónicas, sin demasiadas estructuras económica…
7. Pero quiero pasar ya a lo que hoy toca (Vaticano…), y empezaré diciendo que, por mi profesión, he leído bastante sobre el tema, y he tenido la “suerte” de conocer a varios nuncios y “funcionarios” vaticanos. Algunos han sido grandes personas, otros han vivido el celibato de forma “penosa”, quizá sin gran pecado externo, pero con gran “problemática” de evangelio: En el paquete de su celibato “político” entraba el BMW o el Porsche, con casa oficial, criadas “sagradas” (¡monjas!) a su servicio. Nunca me han cuadrado esos datos, porque a Jesús le importó menos el celibato, pero mucho un tipo de riqueza.
8. Entre los 4.000 (¿es así?) funcionarios del Vaticano muchos son célibes y tienen que seguir siéndolo para mantener el puesto, que no implica muchísimo dinero, pero sí seguridad, y, sobre todo, un tipo de honor. De esos 4.000 (la mayoría varones) hay bastantes “santos” en el sentido convencional del término homo- y hétero-sexuales, personas que “guardan” bien su celibato y que, sobre todo, realizan una función “de amor” por la Iglesia (quizá equivocada, en el sitio equivocado, pero personalmente buena). Hay más hétero- que homo-sexuales, pero (según las estadísticas que corren) el número de homosexuales es muy grande. Es muy normal que algunos (bastantes) tengan problemas con el celibato (y precisamente los malos-célibes son los que imponen a los otros cargas más duras).
9. Ese mismo dato constituye ya “tentación contra el Espíritu” (¡no un pecado, que eso es más serio!). No es normal, ni es serio, fundar una organización de “poder religioso” como el Vaticano sobre el carisma celibatario de sus miembros. ¿Se le habría ocurrido a Jesús pedir el celibato para guardar-mover-vigilar-expedir papeles? Es evidente que entre los “grados de poder” del Vaticano hay problemas de sexo (de hétero- y homo-sexuales), pero sobre todo de poder. Y allí donde el poder se une al sexo (a la apariencia del celibato), como aquí (y en otros lugares semejantes) ha sucedido en los últimos decenios estamos creando una bomba de relojería (y es bueno hacerla estallar; así pido a Dios que el Papa Francisco sea un buen desactivador, pero que lo haga pronto).
10. La culpa no es de nadie (¡y es de todos, en especial de los que forman parte de la red-vaticana!). La culpa viene (¡permítaseme decirlo!) en gran parte de una torcida teología y de una pésima praxis moral rigorista (jansenista, clerical en el mal sentido de la palabra), una teología y moral que ha condenado casi todo tipo de sexo como gran pecado, olvidándose de la justicia, de la fidelidad y de la misericordia… (Mt 23). Lo primero que tenemos que hacer es “normalizar” (humanizar) el sexo y el amor, perder la obsesión por un tipo de pecados sexuales, pues de esa obsesión nacen estos males…
11. Una parte de los “funcionarios” vaticanos (y más cercanos) han vivido obsesionados por un tipo de sexo (¡siempre pecado!); no han abierto las puertas al amor de verdad, en libertad generosa, en gozo humano… Se han hecho ellos (algunos) bien “pequeños” en amor… y es normal que han tenido que buscar “escapes”. Dios perdona todo, perdona siempre, pero la “naturaleza” tiene sus caminos, y no se puede represar el agua de la vida (como sabía Pablo). Algunas condiciones de “poder” y de formación comunitaria de niños y jóvenes no han sido buenas para la maduración en el amor. Es normal que haya habido problemas, escapatorias… a pesar de la bondad y de la grandeza de una gran parte de los religiosos y clérigos.
12. Y voy terminando con el posible lobby gay del Vaticano. He dicho que “no sé hasta qué medida existe”… pero me parece normal que exista, y además el Papa lo ha dicho. Es evidente que no puedo trazar la solución, y creo que el Papa Francisco está empeñado (según creo) en buscar el camino… Pero sé una cosa: Si es del todo cierto que existe tal lobby gay (que no es malo por gay, sino por lobby de poder oculto), la solución está en tomarlo con normalidad, sin grandes escándalos, pero sin miedos. Decir lo que hay, salvando en lo que se pueda a las personas, pero no dejarlas que sigan estando donde están, ni mandando como manda, ni imponiendo sobre los demás unas cargas en las que ellos no creen (y vuelvo Jesús del Evangelio).
13. Estoy convencido de que se deben abrir las puertas y ventanas del Vaticano, con gran amor, para que muchos salgan y quizá no vuelvan, es decir, para no volver a construir otro tipo de Vaticano sobre el poder de 4.000 célibes (quizá algunos menos), con poder y no siempre con “buen celibato de amor”. Es evidente que entre esos 4000 (¡quizá algunos menos!) hay algunos que no pueden vivir el amor con normalidad, sin ocultarlo, y que así tienen que ocultarse y defenderse (y crear estructuras de poder para seguir viviendo como viven). Empezar de otra manera, es lo que hace falta (y procurando hacer justicia de verdad a la víctimas; pero con esto dejamos el tema abierto quizá para otro día). Buen domingo a todos.

sábado, 22 de junio de 2013

James Alison, cura católico gay: “Hay obispos y cardenales gays”


El teólogo y sacerdote británico James Alison es una de las figuras centrales de lo que se ha llamado ‘Teología gay’. A sus 54 años, después de vivir con los Dominicos entre 1981 y 1995, James Alison trabaja como predicador itinerante, conferenciante y acompañante de retiros espirituales. De visita en Madrid —invitado por el área de asuntos religiosos de la FELGTB— charla, en un más que aceptable castellano, con 20minutos sobre la homofobia en la jerarquía eclesiástica española, la llegada del papa Francisco y el polémico ‘lobby gay‘ del Vaticano.
Usted es un icono para los homosexuales católicos
Yo tengo cierta precaución al hablar de estas cosas porque el asunto gay es algo parcial de mi vida. Yo soy un teólogo católico, que por asunto de honestidad, veo necesario hablar en primera persona cuando se trata el tema gay. Otros hablan de ellos o ellas, aunque deberían decir nosotros, nosotras.  No soy ningún radical, de hecho como teólogo, me considero bastante moderado. Soy más bien un hombre corriente.
¿No es precisamente “corriente” que un cura se defina abiertamente gay?
Ser gay está más cerca de ser zurdo que de ser anoréxico Es que el problema es que somos pocos los que hemos escogido estar a la luz del día en esta materia. Existe mucho miedo. Hay obispos y cardenales gays en la Iglesia Católica, pero también hay mucho miedo de hablar del asunto. Es tabú. Es entendible, porque si eres honesto pierdes tu empleabilidad. En parte porque hay un doble mensaje: lo que se dice es “les amamos porque son hijos de Dios, con tal de que no hagan nada”. No les dejamos que sean como son, y si les dejamos, les pedimos que no trascienda. Aún pervive el oscurantismo, el “don’t ask, don’t tell“.
¿Qué le hizo atreverse a ‘salir del armario’?
La política de ‘no contar y no preguntar’ era absolutamente algo común en nuestras sociedades hasta hace 50 o 60 años. El destape de algunas personas identificándose como gays, en la medida en que fueron trasparentes, hizo que comenzara a ser posible que hubiera estudios científicos, para pasar a catalogar la homosexualidad como una variante minoritaria no patológica dentro de la condición humana. Ser gay está más cerca de ser zurdo que de ser anoréxico. En la medida en que eso se asume, desaparece el misterio.
¿Pero la Iglesia no lo asume?
El problema es que durante la época oscurantista la Iglesia era un lugar seguro para ser gay porque nadie hablaba y no te obligaban a casarte. Porque entonces la sociedad era muy castigadora en este aspecto. Ahora han cambiado las tornas. La sociead es un lugar muy seguro y el interior de la Iglesia, antes una hipocresía blanda, ahora lleva a cabo un chantaje emocional insoportable, con resultados psicológicos muy graves.
Hace unos días se especuló con que la salida del papa Ratzinger pudiera deberse a su imposibilidad de confrontar un ‘lobby gay’ dentro del Vaticano, un lobby cuya existencia confirmaba el papa Francisco.
Nadie duda de que haya mucha gente gay en el Vaticano. Quien ha tenido trato con ellos sabe que no es ningún secreto. Nunca lo ha sido. Ni el año pasado, ni el siglo pasado. Hay quejas ya que datan de la alta Edad Media sobre la excesiva belleza de los efebos que rodeaban a la alta jerarquía. Pero la preocupación más grave es que el famoso dossier revele que el chantaje es por motivos financieros, no sexuales. Lo que debe preocuparnos es que se mantenga esa política del chantaje.
¿Cuál es su opinión sobre el nuevo papa?
Hay obispos y cardenales gays en la Iglesia Católica, pero también hay mucho miedo de hablar del asunto Hasta ahora me ha impresionado. No se toma a sí mismo demasiado en serio y eso creo que le vendrá bien. Ahora, cambiar la cultura de la omertá (ley del silencio) en lo gay son aguas muy peligrosas en términos de las pasiones ocultas que van a salir. Confío en que su adultez y su buen humor le sirvan para desatornillar algunas de estas cosas demasiado trabadas que mantiene la Iglesia.
¿Qué obstaculiza la normalización de la cuestión gay en la Iglesia?
Al papa, la gran oposición no le va a llegar de los heteros, sino de las personas que no han salido del armario, que tienen la homofobia interiorizada. Los que se ensañan mucho con estas cosas, tendrían que preguntarse cuál es el blanco verdadero de su terror.
Pues, en general, la jerarquía católica española ha sido bastante beligerante contra la homosexualidad, sobre todo en contra del matrimonio gay
En mi opinión hay elementos gritones con respecto a esta materia, mientras otros más sensatos están callados. Los sensatos se han callado y los ‘deschavetados’ gritan.
Sí, pero es que incluso el obispo de Alcalá de Henares propone terapias para “rehabilitar” a los gays
Contra esto solo hay un remedio, hablar de la verdad, que  es que la homosexualidad es una variante minoritaria no patológica de la condición humana. A estas alturas del juego, la moral de la Iglesia debe hacer referencia a la palabra objetiva, a la verdad. La gente gay y católica debe darse cuenta de que si lo que fluye en su comportamiento es un desorden objetivo, hay que protegerse. Si ser gay es una variante como ser zurdo, el comportamiento y por tanto su salud psíquica y moral va a desarrollarse a partir de ahí y no a pesar de ello. Cada vez caen más en descrédito los que promueven curas para la homosexualidad. Anoche en EE UU cerró el principal grupo que promovía terapias reparadoras, reconociendo el peso de la evidencia.
¿Cómo ha logrado usted no ser excomulgado?
Porque al final no es motivo suficiente. Es una cuestión que no es de revelación divina. Es lo que ellos llaman una verdad de tercer grado. No es como negar la divinidad de Jesús.
La Iglesia, sin embargo, prohíbe ordenarse sacerdotes a los gays
Las personas  más beligerantes contra la normalización son las que aún siguen dentro del armario Ese es un mandato que, sin duda alguna, no se ha llegado a cumplir. Es la viva prueba de que todavía en la Iglesia perdura el “obedezco pero no cumplo”. La orden data de la  época de Juan Pablo II y creo que entonces las posiciones eran mucho más duras. Con Ratzinger, pese a todo, fueron mucho más suaves. Los que rodeaban a Juan Pablo eran terroríficos. Quizás porque les tocaba demasiado de cerca. De hecho, varios de sus principales hombres tuvieron después vidas desastradas. A uno de sus arzobispos le descubrieron excavando un túnel para ir a visitar a los chavales de un seminario.
En España ha surgido un grupo de curas y religiosas de tendencia homosexual, que se reúnen para orar y entenderse. ¿Qué le parece?
Yo he asistido a retiros de un grupo similar en Italia, con 47 sacerdotes, de los cuales ocho eran oficiales del Vaticano. En EE UU también hay uno muy potente que se reúne dos veces al año. Se apoyan mutuamente. Algunos obispos saben de su existencia y lo bueno es que saben que esa gente precisamente que es honesta no les va a dar problemas. No así la gente que tiene una vida perfecta de fachada y por detrás hace otras cosas. A los obispos, con tal de que no causen escándalo, les vale. Pero ya llegó la hora de que se pueda hablar adultamente de estas cosas. El gran problema no es el sexo, sino que no se pueda hablar de ello honestamente.

lunes, 10 de junio de 2013

Celibato sacerdotal y homosexualidad’ de Donald B. Cozzens.






A finales del invierno del año 2000, siendo rector-presidente del Seminario de Santa María de Cleveland, llamé la atención sobre el número desproporcionadamente elevado de seminaristas y sacerdotes gays.[1] Algo más de una década antes, el teólogo Richard McBrien y el sociólogo Andrew Greeley habían abordado la cuestión en prestigiosas revistas católicas.[2] Los tres fuimos objeto de vehementes y hasta histéricos desmentidos. Y ello, a pesar del amplio acuerdo existente entre rectores de seminarios y facultades de teología, así como entre obispos con dilatada experiencia en la formación de seminaristas, sobre la presencia de un gran número de varones de orientación homosexual en el sacerdocio y en los seminarios.
De hecho, algunos de nuestros mejores y más brillantes seminaristas, sacerdotes y obispos son gays. Al igual que sus hermanos en el ministerio heterosexuales, la mayoría de ellos se esfuerza —y a menudo lucha— por llevar una vida casta y santa. Y al igual que sus hermanos heterosexuales, algunos fracasan miserablemente en el empeño, incurriendo a veces en los trágicos y criminales abusos contra menores adolescentes y niños que han llevado a la Iglesia católica de los Estados Unidos a la más profunda crisis de su historia. En otros lugares he analizado las implicaciones de esta realidad desde el punto de vista de la cultura y la formación de seminario, el pronunciado descenso del número de seminaristas y la creciente toma de conciencia de que el sacerdocio es o se está convirtiendo en una ‘profesión de gays.[3]
Los desmentidos se han apaciguado, por no decir que han desaparecido. Es innegable que el escándalo del abuso de menores por parte de clérigos ha contribuido considerablemente a este creciente reconocimiento de la existencia de un gran número de clérigos gays. Algunos católicos conservadores ven un nexo causal directo entre la homosexualidad de muchos curas y obispos y el escándalo de los abusos sexuales. Señalan que los menores víctimas de abusos sexuales por parte de clérigos son, en su gran mayoría, muchachos adolescentes. Libraos de los clérigos homosexuales —afirman—, y desaparecerá el escándalo. Y sospecho que la mayoría de los católicos creen que la orientación sexual es, si no una causa directa de los abusos, sí al menos un factor que debe ser tenido en cuenta.
Por desgracia, la consideración de este factor ha sido, en gran parte, profundamente problemática. A finales de noviembre de 2005, la Congregación vaticana para la Educación Católica hizo pública, con la aprobación del Papa, una ‘instrucción’ en la que ordenaba a los obispos, rectores de seminario y superiores religiosos no admitir al seminario y a las órdenes sagradas a quienes ‘practican la homosexualidad, presentan arraigadas tendencias homosexuales y apoyan la llamada cultura gay’.[4]
La implementación de la instrucción es un campo de minas moral. El candidato gay que cree sinceramente que Dios lo llama al sacerdocio debe discernir si sus tendencias homosexuales son, en el lenguaje de la instrucción, ‘expresión de un problema transitorio’ o ‘tendencias homosexuales profundamente arraigadas’. El candidato gay tampoco puede optar por ‘no informar’ de su condición a los responsables del seminario, pues la instrucción afirma: ‘Sería gravemente deshonesto que el candidato ocultara la propia homosexualidad para acceder, a pesar de todo, a la Ordenación’. Además, aunque la mayoría de los adultos descubren su identidad sexual en un momento temprano de la infancia, o al menos en los años de la adolescencia, algunos individuos sólo toman conciencia de ella una vez alcanzada la madurez.
Por otra parte, no existe ningún test claro y fiable para determinar la orientación sexual de una persona. A pesar de los procedimientos psicológicos ideados a tal efecto, en último término todo depende de lo que diga el individuo. ¿Y cómo pueden discernir los responsables de seminario las ‘tendencias homosexuales profundamente arraigadas’ de las que no lo son tanto? Por otra parte, ¿no es posible que un seminarista con tendencias homosexuales profundamente arraigadas sea al mismo tiempo emocional y afectivamente maduro y esté capacitado para desempeñar un efectivo liderazgo pastoral y espiritual?
Paradójicamente, la instrucción del Vaticano está siendo implementada en numerosos casos por obispos, rectores de seminario y superiores religiosos homosexuales. La palmaria hipocresía de tales situaciones no le pasa inadvertida a numerosos laicos y clérigos, con independencia de su orientación sexual. No es de extrañar, pues, que la carta adjunta a la instrucción recomiende a los obispos no nombrar a sacerdotes gays como rectores de seminario, ni a varones homosexuales en general como miembros del cuerpo docente de dichos seminarios. Por último, el documento suscitó en algunos círculos eclesiales el temor de que sacerdotes homosexuales célibes, enojados y descontentos con la incoherencia —por no decir hipocresía— que supone el hecho de que se encomiende a obispos y rectores gays aplicar la instrucción, decidieran revelar la homosexualidad de determinados obispos y otros altos cargos eclesiásticos.
Los exacerbados sentimientos que despierta la cuestión de los sacerdotes, obispos y seminaristas gays sólo se desvanecerán cuando la realidad de los homosexuales en las filas del clero sea abordada con franqueza, compasión y sabiduría. El mayor obstáculo para que los responsables eclesiales procedan así radica en la insistencia del Vaticano en que la atracción por una persona del mismo sexo es ‘objetivamente desordenada’Es probable que la nube moral que pende sobre las cabezas de laicos y clérigos gays no se disipe hasta que creyentes de reconocida orientación homosexual que hayan llevado una vida de irreprochable integridad moral y santidad sean incorporados al santoral.
Mientras tanto, el efecto de la instrucción sobre las admisiones en los seminarios consistirá, probablemente, en recortar aún más el ya drásticamente reducido número de seminaristas, agravando así la crisis eucarística que se extiende imparablemente por la Iglesia.
Aquí, sin embargo, nuestro interés sigue ocupándolo la cuestión del celibato obligatorio y los presbíteros homosexuales. Parece lógico preguntarse por qué desearía un creyente gay ser sacerdote célibe. En cuanto comisionados eclesiásticos, los sacerdotes reciben el encargo de promulgar la enseñanza de la Iglesia, así como presentarla del modo más convincente posible. Pastoralmente, tienen que defender esta enseñanza aun cuando sea cuestionada o rechazada. Los sacerdotes gays se encuentran en una posición en la que se espera de ellos que enseñen con toda claridad que la orientación homosexual es intrínseca y objetivamente desordenada. Aunque ellos no sientan que su propia orientación es defectuosa, antinatural, enfermiza o desordenada, sí se espera de ellos que sostengan públicamente que toda orientación homosexual es anormal y desordenada. Además, se les encarga convencer a los homosexuales de uno u otro género de que su orientación les llama a llevar una vida de perfecta continencia sexual, ya que la Iglesia exhorta a la perfecta continencia sexual a todas las personas que no estén casadas.
Y es que, de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia, todos los deseos y actos sexuales deliberados que se realicen fuera del amor matrimonial —el cual, por otra parte, ha de estar siempre abierto a la procreación— son objetivamente erróneos y constituyen pecado mortal. Así pues, es probable que los sacerdotes homosexuales se vean inmersos en una especie de‘conflicto existencial de intereses’. A menudo, según ellos mismos refieren, la experiencia personal y pastoral les convence de que su orientación sexual no es objetivamente desordenada, de que no es ninguna perversión en absoluto.
La reconciliación de su experiencia personal y pastoral con la enseñanza oficial de la Iglesia se tornó aún más difícil cuando, en 2002, el portavoz de la Santa Sede, Joaquín Navarro Valls, cuestionó la validez de la Ordenación de sacerdotes gays. Ese mismo año, algo más tarde, un sacerdote asignado al Vaticano, Andrew Baker, afirmó que los homosexuales son intrínsecamente no aptos para el sacerdocio, dada su proclividad al ‘abuso de determinadas sustancias, a la adicción sexual y a la depresión’.[5]
Así las cosas, ¿qué es lo que empuja a los creyentes gays al sacerdocio? Algunos reconocen que la sospecha de que eran homosexuales les causó miedo e incluso repugnancia. Informados de la enseñanza eclesiástica de que la orientación homosexual es objetivamente desordenada, el celibato sacerdotal les pareció atrayente. Creyeron que serían capaces de dejar ‘aparcada’, por así decirlo, su sexualidad. Imaginaron y esperaron que, siendo célibes, no tendrían necesidad de confrontarse con esa dimensión de su vida. Después de todo, la orientación sexual suele ser considerada como una cuestión irrelevante para el célibe. O, al menos, eso parecía. Pero, tanto para homosexuales como para heterosexuales, aceptar la propia orientación sexual es un factor decisivo para la formación de una personalidad sana e integrada. Cuando se intenta dejar a un lado la sexualidad o negar o reprimir su energía y poder, tarde o temprano el tiro termina saliendo por la culata.
En la medida en que no se halle integrada en la personalidad y la vida psíquica, siempre a la espera de entrar en erupción en formas destructivas tanto de uno mismo como de otras personas. Además, sin una sana experiencia de la propia sexualidad y orientación sexual, no es posible una verdadera maduración espiritual o emocional. Sólo la madurez espiritual y emocional nos capacita para entender los apremiantes anhelos del corazón y descubrir que la energía sexual es, en último término, un sacramento de nuestro más profundo deseo: la comunión con Dios y con el conjunto de la creación.
Otra razón por la que los gays se sienten atraídos por el sacerdocio es la gran paradoja que significa la Iglesia, la cual es a la vez ‘moderna y medieval, ascética y suntuosa, espiritual y sensual, casta y erótica, homofóbica y homoerótica…’.[6] Nadie ha plasmado esta paradoja mejor que Ellis Hanson en su obra Decadence and Catholicism. Aunque el pasaje que sigue se centra en sacerdotes homosexuales fascinados por los jóvenes, su análisis ilumina los motivos por los que los gays se sienten atraídos hacia el sacerdocio, a pesar de la enseñanza de la Iglesia de que la atracción homosexual es objetivamente desordenada:
A menudo me preguntan… por qué un gay o un pedófilo desean hacerse sacerdotes. Los motivos son, sin embargo, tan numerosos que la verdadera pregunta debería ser, más bien, por qué desean ser sacerdotes los varones heterosexuales. Amén de la fe, que considero la principal razón, pues el sacerdocio sería insoportable sin ella, para los varones de determinada inclinación existen otras motivaciones: el afeminado personaje pastoral que representan, la brillantez y esplendor de los ritos, [hasta hace poco] la confianza y el respeto públicos, la libertad de la presión social en orden a contraer matrimonio, la oportunidad para intimar con niños y jóvenes, la amistad apasionada y la convivencia con varones de ideas afinas, así como la disciplina personal, que ayuda a sobrellevar la vergüenza y la culpa sexual.[7]
Desde el punto de vista de la psico-dinámica humana, Hanson da, a mi juicio, en el clavo. Desde una perspectiva teológica, sin embargo, su análisis resulta escasamente útil. En la mayoría de los casos, los homosexuales se sienten atraídos hacia el sacerdocio, pienso yo, porque creen haber sido llamados al ministerio ordenado; en otras palabras, están convencidos de que tienen la vocación, el carisma, del sacerdocio. Y algunos de ellos creen que han sido llamados a la castidad célibe; en otras palabras, están convencidos de que han recibido el carisma, la gracia del celibato. La mayoría, sin embargo, conscientes de que no poseen tal don, se afanan —codo a codo con sus hermanos heterosexuales en el ministerio— por llevar una vida célibe.
En su empeño de ser hombres íntegros, muchos sacerdotes gays, al igual que miles de sus hermanos heterosexuales que han abandonado el ministerio activo para contraer matrimonio, se han secularizado, convencidos de que su necesidad de intimidad afectiva y sexual no les dejaba otra alternativa. Muchos de estos hombres consideran que han sido de verdad llamados al sacerdocio, pero no a llevar una vida de continencia célibe. A menudo son juzgados con mayor severidad que aquellos curas que dejan el ministerio para casarse con una mujer. Otros encuentran en el sacerdocio célibe un lugar confortable para vivir su abnegación y su represión sexuales. Unos terceros, al igual que algunos sacerdotes heterosexuales, descubren en el sacerdocio célibe la (hasta hace poco) perfecta tapadera para una completa realización sexual.
De vez en cuando, alguien me pregunta: ‘¿A quién le resulta más fácil llevar una vida de castidad célibe: al sacerdote heterosexual o al gay?’. Esta pregunta, que no tiene una respuesta concluyente, parece estar motivada por la percepción de que, para la mayoría de sacerdotes y religiosos, la vivencia auténtica del celibato se ve favorecida y sostenida por amistades sinceras, íntimas y de carácter no sexual, tanto con varones como con mujeres de la franja de edad a la que cada cual pertenece. Para el cura heterosexual, esto incluirá amistades con mujeres; para el cura gay, amistades con varones. Ahora bien, para ser sanas, las amistades han de tener un cierto carácter público. Los amigos se dejan ver, al menos de vez en cuando, en público: cafeterías, restaurantes, teatros… Su círculo más amplio de amigos y sus familias suelen estar al tanto de esa significativa amistad. Cuando una amistad se caracteriza por el secretismo y la discreción, instintivamente sospechamos que algo no funciona como es debido.
Un sacerdote gay bendecido con una amistad madura, íntima y célibe con otro cura o con un varón laico se mueve con facilidad en la esfera pública de la vida. Después de todo, de los sacerdotes se espera que traben amistad con otros varones. El sacerdote gay puede pasar su día de asueto en compañía de un amigo. Puede irse de vacaciones con él, viajar con él, salir a comer o a cenar con él. Ser visto con esa persona no conlleva incomodidad alguna. Tales amistades, siempre y cuando permanezcan célibes, son una fuente de verdadero gozo humano y espiritual. Cuando ambos amigos son curas, reviven los años compartidos en el seminario, las historias y el humor de entonces, lo cual tiene su propio poder vinculante. El común interés por la liturgia, la Escritura, la literatura y las artes, por no hablar de cotilleos eclesiales, suele dar pie a animadas conversaciones y a una verdadera fraternidad. Aunque tales amistades íntimas conllevan un cierto riesgo, estoy convencido de que es mayor el riesgo de intentar llevar, ya sea uno gay o heterosexual, una vida célibe prescindiendo de relaciones significativas y estrechas.
En lo referente a la esfera social, pública, probablemente resulta más fácil para un presbítero gay mantener y disfrutar una amistad cercana e íntima con un varón… y, al menos teóricamente, llevar una vida célibe sana y vivificante.
Por su parte, los sacerdotes heterosexuales bendecidos con una amistad cercana e íntima, pero célibe, con una mujer transitan un terreno social diferente. La inveterada expectativa de la gente es que los sacerdotes frecuenten la compañía de otros sacerdotes, de otros varones y, hasta hace poco, de jóvenes e incluso niños. Todavía resulta embarazoso ver a un sacerdote en público con una mujer. Las expectativas sociales, pues, tienden a dificultar la amistad —no importa cuán auténtica, llena de gracia y célibe sea— entre un sacerdote y una mujer. En la medida en que tal sea el caso, el celibato puede resultar en ocasiones más difícil para el sacerdote heterosexual que para el gay.
Para el sacerdote heterosexual que lucha con la inherente soledad del celibato, la aparente libertad social de que ve disfrutar a sus hermanos homosexuales en el ministerio puede alimentar sentimientos de envidia. Hay quienes reconocen en confianza que el celibato opcional existe ya… para el sacerdote gay, pues es únicamente la integridad personal de éste, su madurez espiritual y emocional, la que le aparta, y no con demasiada dificultad, de una vida sexualmente activa.
Con independencia de que uno sea gay o heterosexual, el desafío de llevar una vida célibe sana y creativa resulta mucho más fácil de afrontar cuando se dispone del don vivificante de la amistad íntima, personal, célibe. No siempre se ha pensado así. Durante siglos, en los seminarios se advertía a los seminaristas que no cultivaran las ‘amistades particulares’ con otros seminaristas. El motivo no confesado de esta regla era el miedo a las relaciones homosexuales. De los seminaristas se esperaba, por supuesto, que no tuvieran citas amorosas durante los periodos vacacionales que pasaban en casa, así como que no cultivaran amistades íntimas con mujeres. Hasta hace una generación, al seminarista se le abría el correo y se le restringían las llamadas telefónicas. Se consideraba que Dios, su familia y la comunidad exclusivamente masculina de sus compañeros de seminario eran suficientes para su desarrollo emocional y espiritual como sacerdote y como ser humano. En los años anteriores al Concilio Vaticano II, la amistad, ya fuera con un varón o con una mujer, se percibía como un gran peligro para la vida célibe. Y, según parece, en algunos seminarios todavía predomina esa mentalidad.
Privada de intimidad humana, hasta la más sana de las vocaciones se crispa y, a menudo, se distorsiona.[8] En mi opinión, el trágico escándalo del abuso de menores por parte de sacerdotes y obispos ha puesto de relieve esta realidad. Las amistades profundas y comprometidas no carecen de peligros para los sacerdotes célibes; pero el mayor peligro es, con mucho, que éstos lleguen a pensar que no son como el resto de los mortales.
Ya en un libro anterior abordé la cuestión del amor célibe. Creo que lo allí escrito afecta a toda relación célibe, ya sea heterosexual, ya sea gay: ‘Una de las historias que todavía no se han contado sobre el sacerdocio de principios del siglo XXI es la gran cantidad de amistades vivificantes, gozosas y llenas de cariño entre sacerdotes célibes y sus amigos o amigas con compromisos de otro tipo. Muchos sacerdotes, tanto heterosexuales como gays, mantienen relaciones célibes de gran profundidad que pueden ser calificadas como auténticos acontecimientos de gracia. De vez en cuando se cometen errores, y algunos de ellos tienen graves consecuencias. Y, de vez en cuando, la lucha por mantener célibe una amistad puede exigir un esfuerzo casi titánico. Sólo la prudencia, la honestidad y, sobre todo, la gracia de Dios pueden hacer de los amigos célibes “amigos del alma”
Los sacerdotes que reciben el don de unas verdaderas relaciones célibes suelen experimentar una transformación espiritual y descubrir una compasión y una fortaleza hasta entonces desconocidas. A pesar de la confusión y la ambigüedad que antes y después afloran, a pesar del sufrimiento que inevitablemente arroja su sombra sobre todo amor y toda amistad humanos, los curas bendecidos con la afectuosa intimidad célibe dan gracias a que esa experiencia les ha ayudado a crecer como hombres de Dios y como hombres de Iglesia’.[9]
Tomado de: Donald B. Cozzens, Liberar el celibato, trad. José Manuel Lozano Gotor, Santander, Sal Terrae, 2006. pp. 79-90.

domingo, 2 de junio de 2013

Los luteranos de EE.UU. eligen a su primer obispo abiertamente gay


"Dios llama a cada uno de nosotros por su nombre"

La Iglesia evangélica luterana de EE.UU. (ELCA, por sus siglas en inglés) ha elegido este viernes a su primer obispo abiertamente gay para un mandato de seis años en una asamblea anual en el sur de California.
El reverendo Dr. R. Guy Erwin, que fue ordenado como sacerdote en mayo del 2011, es pastor de la Iglesia Luterana de Fe y profesor de teología confesional luterana de la Universidad Luterana de California.
Su elección fue posible tras un polémicocambio en las reglas de la ELCA en 2009,que permitió a los gays y lesbianas recibir cargos eclesiásticos e hizo que más de 600 comunidades se distanciaran de la mayor denominación luterana de la nación.
Erwin cuenta que esperó muchos años para el reconocimiento y que aporta una "fe profunda en la presencia de Cristo en su Iglesia, vivida en 20 años de experiencia parroquial combinada con la enseñanza en la universidad y en el seminario".
"La Iglesia evangélica luterana en EE.UU. es una iglesia que pertenece a Cristo, y en ella hay un lugar para todos", declaró por su parte la portavoz de la Iglesia, Melissa Ramírez Cooper. "La elección del pastor Erwin ilustra lo que muchos en la iglesia de cuatro millones de miembros creen: que Dios llama a cada uno de nosotros por su nombre".

(Rd/Agencias)