miércoles, 22 de febrero de 2012

“Se busca iglesia para hijas de dos padres gays”

Del blog Homoprotestantes:
Sí, tenemos que reconocer que “nuestra iglesia” no nos sirve en nuestra labor como padres…. Y no porque allí no se predique el mensaje de Jesucristo que queremos transmitir a nuestras dos hijas, o porque no haya un firme compromiso por los valores del evangelio que creemos indispensables para su educación. No, no es por eso. Nunca antes habíamos conocido una comunidad como “la nuestra” donde se insta a mujeres y hombres a comprometerse como cristianos en la realidad que les envuelve, a ser personas y cristianos adultos que se atreven a pensar por sí mismos, y a convivir fraternalmente con quienes piensan diferente.
¡Que maravilla haber formado parte de una comunidad como esa! Y que gran dolor tener que abandonarla. De todas formas, no tenemos la sensación de dejarla completamente, una cosa son las decisiones que debemos tomar por nuestro bien y el de nuestra familia, y otra la profunda amistad que nos une con tantas y tantas personas con las que hemos compartido cosas reales y verdaderas durante mucho tiempo. Sabemos bien que si hace ahora más de once años no hubiésemos entrado en esa iglesia, nuestra fe se hubiese ahogado en el desolador mar de conservadurismo y fundamentalismo que recorre el panorama evangélico español. Por eso, las críticas que en ocasiones he vertido hacia ella no deben leerse nunca desde el rencor, sino desde el amor y agradecimiento que siento por ella.
No es una iglesia perfecta, como cualquier otra comunidad que pretende seguir a Jesús tiene sus contradicciones e imperfecciones. No pedimos lo que no puede ser, sabemos que también nosotros debemos aceptarla tal y como es, y así lo hemos hecho todos estos años. Sin embargo, hemos encontrado un escollo imposible de superar, su posicionamiento ante las personas, parejas y familias lgtb que, por muy avanzado que sea frente a otras iglesias, es inasumible para cualquier persona lgtb que respete la dignidad que Dios le ha dado, y se tome en serio su proyecto familiar. Es imposible para una familia cristiana formada por dos hombres que quieren proteger a sus hijas de los mensajes homófonos que las envuelven, transmitirle el amor de Dios por todo ser humano, dentro de una comunidad que no reconoce su realidad familiar. El armario es muy doloroso, aunque esté dentro de una iglesia… y como cualquier padre o madre entenderá, meter a sus hijas en él, sabiendo lo que esto significa, parece más bien un pecado inaceptable.
Así que aquí estamos, a la intemperie, como María y José ante la puerta del Mesón que se acaba de cerrar, y sin saber todavía donde pasar la noche. Buscando una comunidad en la que a nadie se le obligue a pensar lo que no piensa, y en la que todos y todas podamos vivir el evangelio desde nuestra realidad personal y familiar, también nuestras hijas. Una comunidad imperfecta como la que era “nuestra”, donde ser mujer sea un regalo y no una imposición. Donde cada una de nuestras hijas pueda llegar a ser la mujer que quiera ser, y amar a quien realmente quiera. Una comunidad donde tener dos padres, dos madres, uno de cada, o cualquier otra realidad familiar, sólo les diga que existe gente que las quiere y se preocupa por ellas. Una comunidad cristiana real, no buscamos nada más.
Sólo buscamos eso, una comunidad basada en los principios del evangelio, no en costumbres y prejuicios. Una comunidad de amor para todas y todos, no sólo para la mayoría. Una comunidad como la que hasta ahora era “la nuestra”, pero que lleve la vocación a la que se sabe llamada, hasta las últimas consecuencias.

lunes, 6 de febrero de 2012

“Betania en Colores”: Curas y monjas con tendencia homosexual crean un grupo secreto para orar y entenderse.

‘Betania en colores’  se reúne de forma clandestina en Madrid, los miércoles en un apartamento y los sábados en una parroquia.
Surge cuando más beligerante es la Iglesia con los derechos de los gays.
Comparten vida consagrada a Dios y una “tendencia homo-afectivo-sexual”, que es como definen su homosexualidad vivida en celibato.
Sacerdotes, frailes y monjas ocultan su identidad en este reportaje por temor a represalias del obispado y para no perturbar a sus congregaciones.
Como cada miércoles desde diciembre, C. llega la primera al portal. Sube al primer piso y entra en el apartamento de Lavapiés que sirve de sede clandestina a ‘Betania en Colores‘, una agrupación de religiosos cristianos creada para “conciliar su vocación religiosa” y su “tendencia homo-afectiva-sexual”.
C. tiene 45 años y es una monja lesbiana. Está consagrada a Dios -con los votos de obediencia, pobreza y castidad-, pero no lleva hábito. Pertenece a un instituto de vida secular de inspiración Paulina: “Más pistas no me parece prudente dar”, dice.
El piso -40 metros y vacío- no es muy acogedor, pero sí un lugar discreto. Se lo ha cedido V., un gay profundamente cristiano, impulsor de esta agrupación y el único laico al que la comunidad permite el acceso a la oración.
Son casi las nueve de la noche y, poco a poco, va llegando el resto de los miembros de Betania -nombre que hace referencia a la “aldea en la que Jesús tenía buenos amigos“-.
El número de asistentes a la liturgia fluctúa por semanas, no menos de seis -los habituales- y no más de doce. Pertenecen a distintas órdenes religiosas: franciscanos, jesuitas, misioneras, carmelitas… Hay un seglar de una orden terciaria, una mujer de una prelatura personal, y un misionero parisino, Jean. Casi todos rebasan la cuarentena y sin sotanas ni hábitos todos pasarían por laicos, excepción hecha de una religiosa que viste una falda azul marino tal vez demasiado larga.
El origen de Betania
La idea de fundar la agrupación Betania surgió dos años atrás. V. acudía como portavoz de Crismhom -una asociación cristiana por la diversidad sexual- a un encuentro nacional sobre homosexualidad y catolicismo en Toledo. Allí conoció a varios religiosos y de sus charlas surgió “la necesidad de crear un espacio propio, donde ellos pudieran fundir vocación y tendencia homo-afectiva-sexual”.
Estos religiosos han vivido en el pasado su identidad sexual “con vergüenza”, “negación” y “frustración”, según explican en su carta de presentación. Unirse les ha ayudado a comprender que su inclinación sexual, lejos de un “error, pecado o cruz” es un “regalo de Dios” que da sentido y apuntala su vocación.
En el piso de Lavapiés, C. abre la puerta a J., el sacerdote que preside sus celebraciones eucarísticas. J., que también viste de calle, prefiere no hablar y pasa de puntillas por este reportaje. Teme ser apartado de sus funciones por la Diócesis si trasciende que dirige el rezo y confiesa a un grupo de religiosos homosexuales.
La ceremonia se llama las Vísperas y dura tres cuartos de hora. Es la oración que marca el diurnal, la misma que se reza hoy desde Perú a Australia. En este salón con una decena de sillas dispuestas en círculo en torno a una mesa en la que descansan dos iconos bizantinos (de un cristo con su amigo y de una virgen con su niño) y las escrituras abiertas, el cura tiene a gala hacer un uso no sexista del lenguaje. Siempre dice: “Dios padre y madre“. Tras los salmos y cánticos, el grupo pide por las víctimas de agresiones homófobas y lamenta la última salida de tono del papa Benedicto XVI, que ha dicho que los matrimonios homosexuales “acabarán con la humanidad”.
Más homosexuales en la Iglesia
La Iglesia Católica califica de “conducta desviada” la homosexualidad y veta a los que tengan una “profunda y marcada tendencia homosexual” en sus seminarios desde que salieron a la luz miles de denuncias por abusos sexuales en parroquias y colegios. Sin embargo “la representatividad gay en la Iglesia (en torno al 30%) es superior a la de la sociedad (6-10%)”, informa Juan Antonio Férriz, portavoz de asuntos religiosos de la Federación Española de asociaciones pro derechos LGTB (Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales).
La monja C. supo que a ella le atraían “más las chicas que los chicos” a la vez que sintió “la llamada personal de Dios” al estado religioso. “Fueron años de mucha confusión”, reconoce. “Dentro de la Iglesia, y en mi congregación en particular, el tema sexual es tabú”, añade para explicar por qué acude a Betania: “No tengo crisis vocacionales, pero a veces necesito hablar, desfogarme, contar a alguien mis dificultades”. A ella le alivia saber que no es única, que hay otros religiosos homosexuales.
Los miércoles de Betania son una cita mitad acto religioso, mitad terapia grupal. Tras la oración, una tortilla de patata y unos refrescos sustituyen a los iconos litúrgicos sobre la mesa del salón. Los religiosos toman un piscolabis y hablan en corrillos “de sus cosas más personales“, cuenta el impulsor de estos encuentros, V. Entre otros temas, hablan de cómo lidian en su día a día con la homosexualidad en el seno de una Iglesia que no los acepta.
Los religiosos homosexuales de Betania confiesan que sufren los “reproches” cada vez más constantes por parte de la jerarquía católica española contra los derechos de los gays.
“Me duele mucho porque esas declaraciones no se basan en una mera opinión, sino que están cargadas de odio, violencia y rechazo y el cristianismo predica lo contrario: amor, acogida, perdón”, se indigna C., que destaca la férrea determinación de los cristianos homosexuales de seguir formando parte de la Iglesia.
Jean es un monje que ha venido a estudiar a Madrid, antes de marcharse de misones a África. En Francia pertenece a una agrupación parecida a Betania, de nombre ‘Pescadores de Hombres. Jean se acepta como “religioso gay” y participa activamente en todas las citas de esta agrupación. Él presiente que la jerarquía francesa habla menos de homosexualidad que la española y reprocha a la curia romana que hable “tanto de homosexualidad y tan poco de crisis, desigualdades, desastres ecológicos, pobreza… eso sí son pecados que claman al cielo y no que Pedro ame a Antonio“, dice.
El voto de castidad
Carmen también viene a Betania. Tiene 47 años y es miembro “agregado” de un instituto secular de la Iglesia católica “de nombre en latín” a la que prefiere referirse como “la institución”. Cuenta que mantiene, “en secreto, claro”, una relación con otra mujer desde hace ocho años. “Vivo una doble vida, entre una vocación de entrega a Dios y una tendencia homo-afectiva que es causa de una gran tensión”. Lo ha pasado francamente mal. Ha estado al borde del suicidio, pero en Betania ha encontrado “un espacio de paz”.
El pecado no es un tema del que se hable mucho en Betania, confiesa el impulsor de la agrupación, V. En general, los religiosos se mantienen firmes en su voto de castidad. “Independientemente de si un día fallan, que entonces se levantan y siguen”, explica. Pero entre ellos tampoco existe una visión monolítica del celibato: “Hay una monja intentando entrar en el grupo que defiende que ella es religiosa de corazón, más allá de que haga esto o aquello. Nadie va a juzgarla…, pero por el momento no está en Betania”.
Pese a su corta vida, la agrupación ya ha recibido numerosas solicitudes de acceso. En su mayoría de exreligiosos que dejaron sus respectivas órdenes tras reivindicarse como homosexuales. Pero Betania avanza despacio. “No queremos crecer por crecer”, explica V. “Si eres religioso y tienes condición homo-afectiva-sexual y quieres entrar, primero debes llevarlo a oración durante cierto tiempo y si el Espíritu Santo te sigue pidiendo acercarte, ponte en contacto y ten paciencia” hasta que la agrupación de su visto bueno, sugieren en su web.
La clandestinidad
Betania necesita perdurar en la clandestinidad para rezar por los gays y las lesbianas. La visibilidad y la reivindicación de los derechos LGTB es una lucha que dejan en manos de las 19 asociaciones de fieles cristianos homosexuales que hay en España, como Crismhom, y de una emergente teología ‘queer’.
“No creo que pudiéramos mostrarnos públicamente sin riesgo de ser amonestados por nuestras comunidades. Suena duro, pero así están las cosas en la Iglesia de Madrid”, se justifica, apenada, C, que mantiene en secreto su homosexualidad en el seno de su congregación por “no preocupar a mis hermanas”, dice.
El sábado es la segunda cita de la semana para los miembros de Betania. Esta vez acuden a una parroquia de la capital y ni siquiera V., el laico del grupo, tiene permiso de entrada. Aprovechando que el cura principal se ausenta ese día, acceden a una capilla pequeña y, en el más íntimo secreto, celebran una Santa Eucaristía, seguida de un rato de Acción de Gracias que culminan con un desayuno. Todo antes de regresar, cada uno y cada una, a sus comunidades para seguir con sus tareas cotidianas.